La delgada línea entre bibliotecas públicas y el uso compartido de archivos

Las bibliotecas públicas comenzaron a aparecer a mediados de 1800. En ese momento, las editoriales enfurecieron, pues llevaban un tiempo haciendo lobby para que el préstamo de libros fuera ilegal porque, en su opinión, leer un libro sin haber pagado antes era “robar”. Como consecuencia, consideraban que las bibliotecas públicas del momento eran un hervidero de criminales y robos (aquellas instituciones eran llamadas “bibliotecas por suscripción”, así que se les tildaba como organizaciones con ánimo de lucro, además).
En ese momento, el Parlamento británico, a diferencia de los políticos de hoy, estuvo en sabio desacuerdo con el lobby de la industria editorial. Los legisladores vieron el valor económico de tener un público educado y culto e introdujeron una ley que permitía la existencia de bibliotecas públicas gratuitas en 1850.
En otras palabras, hicieron excepciones explícitas al monopolio del derecho de autor para beneficiar el acceso a la cultura y el conocimiento. En buena parte de la legislación sobre derecho de autor actual dice explícitamente que los dueños de los derechos no pueden objetar la lectura y préstamo de sus trabajos en el contexto de las bibliotecas públicas. Este hecho puede ser rastreado hasta las discusiones de 1850.
¿Esto como difiere de la práctica de compartir archivos de hoy, de la manufactura de una copia propia del conocimiento y la cultura derivada de otras fuentes? ¿Hay alguna diferencia?
Sí, son diferentes. Son diferentes en cuanto a la eficiencia. Allí en donde las bibliotecas públicas pueden educar a un ciudadano a la vez por cada libro original, el uso compartido de archivos tiene el potencial de hacerlo con millones a la vez, todo con el mismo esfuerzo que ya se invierte.
Las bibliotecas y el uso compartido de archivos no son diferentes en términos de pagos ante los titulares de derechos de autor (ante los dueños del monopolio). Es muy común escuchar que los autores reciben regalías cuando sus libros son prestados en una biblioteca. Esto no es cierto. Los autores reciben una porción de dinero muy diluida en la mayoría de países europeos, que está basada en las estadísticas de lectura de estas instituciones, pero no es una forma de compensación por la actividad en esa biblioteca en particular. La diferencia es crucial.
En cambio, ese dinero “proveniente de las bibliotecas” es una especie de subvención que se otorga de forma unilateral cuando se utilizan los datos estadísticos de las bibliotecas. No es cierto que los autores reciban dinero cuando sus libros son prestados. En algunos casos sí sucede, pero esto es apenas una coincidencia. Cuando un libro de Harry Potter es pedido en préstamo en una biblioteca pública en Suecia, por ejemplo, J.K. Rowling (la autora) no recibe un solo centavo por esto. Cosa que sí pasa con el traductor, como parte de un apoyo para promover la disponibilidad de la cultura en el idioma local, no para compensar al autor. La conexión entre préstamos y compensaciones puede ser derrotada con ejemplos triviales.
Las bibliotecas y el uso compartido de archivos no son diferentes en  el fin que persiguen. El propósito de estas instituciones es poner la cultura y el conocimiento gratuitamente a disposición de tantas personas como sea posible, tan sólo por los grandes beneficios socioeconómicos de tener una población educada y culta. ¿En qué difiere esto de lo que sucede cuando se comparten archivos?
Uno simplemente no puede defender las bibliotecas públicas y oponerse al uso compartido de archivos. Ambas cosas hacen parte del mismo fenómeno, sólo que uno es vastamente más eficiente que el otro.
Durante la discusión de 1850, un editor argumentaba que, parafraseándolo, “no se puede permitir que la gente simplemente lea libros gratuitamente. Si hay una ley que avale esto, entonces ningún autor va a volver a recibir un centavo por sus libros de nuevo. No se van a escribir más libros si esta legislación es aprobada”. Tristemente, he perdido la fuente original de esta cita, que llegó a mí en febrero de 2009.
En efecto, ningún libro ha sido escrito desde 1850. Y ninguna película o pieza musical ha sido creada desde que, alrededor de 1999, se comenzaron a compartir archivos a gran escala a través de internet. La cosa ha sido así o, más bien, estos argumentos son falaces.
Hemos construido la biblioteca pública más grande de todos los tiempos. Toda la humanidad puede acceder al conocimiento colectivo de la especie 24 horas al día, siete días a la semana, y además contribuir a este repositorio comunitario. Todas las herramientas y la infraestructura necesarias están listas. No hay que invertir un solo centavo en dinero de los contribuyentes para lograrlo. Lo único que se necesita es remover las restricciones que hay para acceder a estos servicios.
¿Por qué permitimos que una industria se interponga en el camino?
Fuente: El Espectador.